Una noche para Jamás Perder
Es jueves 6 de junio. Son las 7:21 minutos y está a punto de arrancar la actividad que tenía pautado su inicio a las 7:00 pm. Ya me estaba dando eso que les da a quienes privan en puntuales aún cuando todo mundo parece relajado y tranquilo. Y eso es lo que me preocupa.
Como en el ambiente artístico no hay espacio para supersticiones, estaba educadamente convencido de que como todo parecía estar bien, algo debía salir mal.
Habíamos tenido lluvia y tormentas eléctricas toda la semana, y como la gente de esta tierra, que ni es dada a confirmaciones de asistencia, ni a “coger pa’ la calle lloviendo” (lo que debe ser producto de la dulzura a flor de piel se nos derrite con el agua o algo así, aunque mucha gente afirme que es “por el salón”, y “los tapones”) tenía mis reservas sobre “cuánto” (en cantidad y calidad) valía la pena esperar.
De alguna forma atendí consejos, esperamos, y a fin de cuentas, para nuestra fortuna, el clima se portó bien con nuestra causa, nos chanceó, aunque no así el tránsito capitaleño, (ese no perdona a “naiden”), la gente como para decirnos: “tranqui, todo va a estar bien”, empezó a llegar desde temprano, hasta que estuvieron quienes iban a estar.
Empezamos, 7:23pm, como anfitrión, saludo a las y los presentes, y aquí estamos, yo gagueando, diciendo “eee…” antes de cada oración, como si fuese mucho menos hábil en esconder inseguridad de lo que efectivamente soy, dando la bienvenida y recibiendo a gente que vino a ver y a escuchar sobre este tesorito que junto a Argénida, con tilde en la “é”, teníamos para mostrar esta noche.
Dos y medio minutos, de eternidad, después, Argénida, con su sonrisa y ritual de zapatos rojos, saluda a la audiencia y responde al diálogo que invitan las preguntas de su editor. Habló sobre el “por qué Jamás Perder”, sobre el “diálogo entre las distintas Argénidas, que han dado voz a su obra poética”, sobre el “diálogo autora-editor”, sobre “las tensiones del ego de las y los autores”, sobre las distancias entre “escribir y publicar”.
Luego tomó un libro con la tapa al revés, como si declarara que aunque “la guardia -y al parecer también las poetas- leen como quiera” (también de cabeza), contó a la audiencia como por uno de esos errores de terminación (deliciosos siempre que sean escasos), la tapa de aquel ejemplar en particular estaba pegada al revés y pidió la oportunidad de leer un poema de “Arraiga” (su galardonado poemario anterior) titulado “Mamá” y el público contuvo el aliento. Era la primera vez que su madre podía estar presente en una puesta en circulación de cualquiera de sus obras. (Difícil que la tienen las familias de escritores.) Y sí, eso ocurrió.
Luego tomó el ejemplar del tan esperado “Jamás Perder” y leyó los poemas que había elegido compartir esa noche y de entre los cuales, caprichosamente, aquí algunos versos::
(Acto de fe)
¿Dónde están tus libros, poeta?
¿Dónde están tus reseñas?
(Veinte de diciembre)
¿Dónde está el viento frío que te espera?
(Corvato)
Sonríes para alimentar al cuervo
que me comerá los ojos
(De la arena)
el mar lejos está de este deseo de rehacerse / (…)
en principio / el hambre / (...)
es hora de comer
de atragantarse los corales blanqueados
de abrazar los peces muertos
(Abandono)
la memoria es un cajón de corotos
un hoyo en la pared
un sitio que se inventa desde lo que se olvida / (...)
¿qué te dejo?
demasiadas palabras.
Con un público que era definitivamente suyo, conversó sobre ser mujer, la decisión de ser madre, las renuncias, las pérdidas (en sus tantas formas), los caminos que han ido forjando su voz poética.
Entonces leyó “Tanatofórica” y ese silencio, junto a ese necesario temor al aplaudir después de escuchar:
(...)
Te llamé, te nombré
pequeño pez sobre la arena
tu encomienda fue decirme
hay otra ley, negarse al nombre
al sentido lineal de la dicha
volverse escarabajo
¿Por qué poesía? Son demasiadas las puertas que parece abrir esa pregunta. La respuesta más suya que nos dejó esta noche: leer poesía es mi forma de orar. Y así, resultó inevitable preguntar: ¿Cuáles son esas autoras, y autores, que acompañan a Argénida en sus oraciones?
La lista es larga y mutable, pero por el momento comienza con Anne Sexton, Carmen Natalia y Sylvia Plath.
Para terminar la presentación, Argénida eligió “Habitar la herida”, el poema que cierra el libro y con los versos:
(…)
los pies en el piso
las puertas cerradas
y todo tiembla.
Sonrió, como quien da las gracias y se despidió.
Luego fue puro placer, conversar con la gente, brindar, dedicar ejemplares, la emoción compartida de una autora en complicidad con sus lectores, abrazos y fotos con gente que sonríe.
Nada mal para una (demasiado húmeda) noche de jueves, 6 de junio, 10mo. aniversario de esta aún pequeña editorial, en busca de nuevas lecturas, y nuevos lectores, obsesionada con autores que hagan vibrar todos nuestros sentidos.
Al final (¡Nunca lo he dudado!) todo ha salido bien y afuera, un poco menos solos, nos despedimos. Todo ha ido bien, y como un acto de fe, con los pies hundidos en el asfalto (para nada supersiticiosos), seguimos esperando el golpe.
H.
6/6/24.
Santo Domingo..